Sí. Absolutamente sí.

He retratado a muchos hombres a lo largo de estos años. Algunos llegaron por curiosidad, otros acompañando a sus parejas, y algunos más guiados por un deseo profundo:
El de verse a través de otros ojos.

Porque no, la vulnerabilidad no es propiedad de un género.
Y tampoco lo es el deseo de reconciliarse con el espejo.

A los hombres se les ha enseñado que mostrarse sensibles es debilidad, que la intimidad debe ser ruda para ser válida.
Pero, ¿acaso las etiquetas, el bullying o la inseguridad corporal son exclusivas de las mujeres?
¿Acaso solo nosotras cargamos con narrativas que pesan?

La verdad es que todos —sin importar género, cuerpo u orientación— tenemos una historia en la piel.
Y el Boudoir, para mí, es justo eso: un espacio donde las etiquetas se desvanecen y lo único que importa es la verdad de quien se atreve a mirarse con otros ojos.

No creo en restringir mi arte.
He estado frente a la cámara en mis días más atléticos… y también en los días donde hasta respirar dolía.
Ambos cuerpos eran míos.
Ambos eran dignos de ser retratados.

Por eso no limito a quién fotografío.
Porque no hay cuerpos equivocados.
No hay historias pequeñas.
Y no hay un solo tipo de alma que merezca verse con belleza.

Si tienes algo que contar —o algo que sanar—
Entonces, este espacio también es para ti.

El Boudoir no es un género.
Es un espejo.